lunes, 2 de diciembre de 2013

El beso de la esperanza

Reflexión de Paolo Pinzani*, sobre el 
Día Internacional de la Lucha contra el sida

El miedo y la ignorancia son los padres del prejuicio. Pero éste, es tan frágil, que un beso puede derrotarlo. La historia da cuenta que, en todo tiempo y lugar, se han cometido injusticias promovidas por los prejuicios humanos.
La envidia fue la causa del primer homicidio en el mundo cometido por un hombre hacia su hermano. El rigorismo religioso de inquisidores romanistas y luteranos, motivó la persecución masiva y ejecución pública de mujeres y niñas acusadas de practicar la brujería.
En Chicago, la avaricia de grandes empresarios de la industria se sirvió del miedo de las familias blancas y anglosajonas hacia los extranjeros y las ideologías europeas, para reprimir policialmente la revuelta obrera del parque Haymarket.
Sin embargo, la historia da cuenta también de que -en diferentes tiempos y lugares- han existido personas capaces de desafiar los prejuicios existentes; superando sus propios miedos y soportando el escarnio público de las voces del poder. Esas personas cambiaron la historia para siempre bajo el más simple de los gestos: un beso.
Un joven burgués italiano de nombre Giovanni, pero llamado Francisco por su afición a la lengua francesa y los cantos de los trovadores, cabalgaba un día por la llanura de su tierra en Asís (Italia) cuando le salió al camino un leproso.
Francisco siempre había sentido repulsión hacia los leprosos, pero imbuido de una fe nueva, se armó de valor, bajó de su caballo, puso una limosna en la mano del leproso y se la besó; el leproso, a su vez, apretó contra sus labios la mano del benefactor.
Así fue que dos extraños establecieron una nueva ética de la dignidad humana. Uno por dar un beso. Otro por aceptarlo. Y mientras los hombres justos llamaron a la acción de Francisco de Asís una “obra de misericordia”, otros le llamaron “pobrecito”.
En Buenos Aires, Eva Perón besó a una mujer leprosa cerca de una de sus llagas y por eso, quienes la amaron, la llamaron "abanderada de los humildes"; quienes la odiaron le dedicaron notas con el título de "la leprosa".
El beso que ellos dieron fue la esperanza de los excluidos y los despreciados de su tiempo. Pero no hace falta ser santo o político para darlo. Hace falta entender de qué manera podemos convivir con la incertidumbre.
La sensación de libertad se desvanece ante la incertidumbre. El miedo al dolor provoca más sufrimiento que el dolor mismo. Las injusticias de ayer se reciclan hoy bajo otros nombres.
El Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) es la lepra de nuestro tiempo y ayer, domingo 1° de diciembre, se conmemoró el Día Internacional de la Acción contra el Sida.
La transmisión y detección del VIH no es el fin del camino ni puede ser la “muerte civil” de una persona. Es una situación de vida que recae sobre la espalda de un individuo, que aún no está enfermo de nada y tan sólo es vulnerable.
Nada atenta más contra nuestra dignidad humana que la exclusión del otro en la necesidad de afecto frente a la incertidumbre. Porque excluir a un amigo, a un compañero, a un hijo, a un hermano, es rechazar parte de nosotros mismos.
Derrotemos al prejuicio con un beso y un abrazo a nuestras amigas y a nuestros amigos en esa situación de vida, tantas veces como sea necesario. La única certeza que tenemos es que existen situaciones de vida que están más allá de nuestra frágil comprensión humana. Simplemente, debemos recordar a William Shakespeare en Hamlet: "No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace parecer así".


(*)Paolo tiene 31 años. Cordobés. Estudiante de Abogacía en la UNC. Afiliado al Partido Justicialista. Actualmente milita en la Seccional Quinta, dentro del espacio interno que lidera la concejal Olga Riutort.

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