Es innegable que en los últimos tiempos, hemos vivido como Nación distintos aires de cambio que generaron, en cierta forma, una necesidad de repensar algunos conceptos abstractos que se vislumbran en la práctica. La concepción del federalismo es una de estas ideas que se están tratando de reencauzar y, en este sentido, hay que detenerse a pensar con calma los posibles movimientos que se avecinan.
Desde antes de la conformación de Argentina como un Estado jurídicamente organizado, las discusiones en torno a cuál debía ser la configuración de distribución territorial del poder han ocupado espacio en el debate doctrinal, jurídico y social, porque entender cómo repartir las fuerzas dentro del país es algo que afecta, en gran medida -y aunque no lo parezca-, a la vida cotidiana.
En los primeros tiempos, las discusiones (e incluso, guerras), llevaron a la firma de diversos acuerdos que quisieron poner un coto al poderío de Buenos Aires sobre la aduana, que era la gran fuente de ingresos por entonces. Luego, el debate se tradujo en palabras normadas en la Constitución, la que no quedó fuera de la necesidad de pactar, porque hay que recordar que la gran Provincia se separó de la Confederación entre 1853-1860 e hizo falta una reforma de la Ley Fundamental para poder volver a ser la Nación que hoy formamos.
El federalismo de antaño, aquel que se preocupaba especialmente por establecer frenos al poder, era una herramienta para la construcción de un nuevo Estado y sus basamentos originales tuvieron inspiración mirando hacia el norte, interpretando la historia estadounidense y aplicando a nuestra Constitución las recomendaciones que Jay, Hamilton o Madison hicieron a los neoyorquinos en la célebre obra “The Federalist Papers”.
El federalismo de antaño fue útil, no nos queda lugar a dudas, y su desarrollo dio lugar a construir un edificio para el Estado federal y las Provincias, pero con el paso del tiempo, este edificio tuvo sus fisuras fruto de la edad de sus paredes y los arreglos vinieron de la mano de la reforma de 1994, cuyo revoque aún está fresco en algunos sectores de los muros estatales, mostrando también la continuación de fisuras en otros.
Lo que se proponen los gobernantes hoy es un cambio de paradigma en cuanto al federalismo. Es un cambio que, a priori, debe ser un cambio cultural. Los graves pecados del hiper presidencialismo exacerbado han manchado el alma del sistema estatal, lo que dificulta volver a encontrar serenidad para tomar fuerzas y desarrollarlo de otra manera. Este cambio de cultura responde a la necesidad de repensar las posiciones políticas, los cargos electorales, las adhesiones partidarias y los liderazgos caudillistas.
Lo que creemos, desde esta humilde tribuna, es que el federalismo que necesitamos es aquel en el que comiencen cambios estructurales de pensamiento, en el que el diálogo sea herramienta y en el que los compromisos se cumplan. Para ello, es menester comenzar por vislumbrar algunas ideas de lo que comprende nuestra necesidad:
•Hay que fortalecer los vínculos interprovinciales, fomentando las relaciones regionales, estableciendo cauces de fortalezas conjuntas que lleven adelante propuestas para el desarrollo relativo de espacios que han quedado relegados en nuestra geografía política;
•Es menester comprender la necesidad de las relaciones intergubernamentales a nivel vertical (Nación-Provincias) y horizontal (Provincia-Provincia). Esto redundará en el acortamiento de las distancias relativas y absolutas, beneficiando la solución de los problemas con los que día a día se levantan los ciudadanos, disminuyendo así las asimetrías;
•Hay que renovar el espíritu federal de las políticas públicas, destinando mayor inversión regional, fomentando el empleo en espacios aislados a las grandes urbes;
•Comprender la necesidad de cumplir con la palabra dada, negando reproches políticos de turno y asumiendo la idea de concretar una idea de Estado en el que se vinculen el todo con las partes;
•Entender la necesidad del diálogo y la proyección entre el Presidente, los Gobernadores y el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a través de conferencias estructuradas de altos dirigentes, en los que todos comprendan el todo y todos se preocupen por las partes;
•Fomentar el crecimiento y consolidación de las conferencias sectoriales, las que son un canal de entendimiento y sostenimiento de las políticas públicas y de gobierno en materias puntuales como salud, educación, transporte, etc.
Lo que hace falta, en nuestro nuevo esquema federal, es que los políticos comprendan el pequeño pero hondo concepto de “lealtad federal”, inspirado en ideas germanas, pero que ha servido a numerosos sistemas de descentralización territorial a lo largo y ancho del mundo, para establecer cauces propicios de comprensión total de las actitudes que los actores del Estado deben desarrollar. En fin, lo que hace falta es un nuevo federalismo.
¿Quién es Gonzalo Gabriel Carranza?
Gonzalo Gabriel Carranza nació en la ciudad de Córdoba, Argentina. Tiene 27 años y es Abogado por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Además, es Máster en Derecho Constitucional por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC) del Ministerio de la Presidencia de España y, actualmente, es Doctorando en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde cumple funciones como Personal Investigador.
Ha sido docente de grado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y en la Facultad de Ciencias Económicas (UNC). Es docente de posgrado en la Universidad Blas Pascal. Ha sido profesor invitado por la Catholic University of America (Washington D.C.). Participa en diversos grupos de investigación en Argentina y España.
Es autor de diversas publicaciones relativas al Derecho Constitucional, en especial en torno a la distribución territorial y personal del poder, como así también sobre muerte digna, libertad de prensa y de expresión.
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