Por Mauricio Ordoñez*
Han pasado ya más de 3 décadas de la recuperación democrática en la Argentina y en el aprendizaje social existe la certeza de la defensa de la democracia reconquistada por sobre cualquier atolladero y problemática que coyunturalmente aqueje a la Nación. Pues esa máxima que nos une a pesar de las ideologías involucra la experiencia histórica de que los gobiernos de facto jamás han brindado una eficiente solución a los problemas que fueron utilizados como razones para quebrar el orden constitucional, sino que profundizaron realidades injustas a fuerza de violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Es decir, el retroceso fue integral en el sistema social, político y económico de la Argentina, razón por la cual a la democracia ya no se la pone en discusión como la mejor modalidad de organización política para el país y se la reivindica constantemente a pesar de sus jóvenes 33 años y una necesidad permanente de consolidación.
Claro está que la democracia no es un fin sino un medio para lograr un mejor bienestar colectivo pero a pesar de eso no podemos dejar de plantearnos si aquellos flagelos, desigualdades y desordenes sociales que dieron origen a gobiernos autoritarios y de facto pudieron ser resueltos por el orden democrático vigente o si por el contrario continúan imperantes en la realidad de los argentinos obstaculizando el camino hacia el crecimiento y desarrollo de la Nación y, por ende, debilitando la legitimidad de este tipo de régimen político.
Bajo la concepción de la democracia como “el gobierno del pueblo para el pueblo” se incluye de este modo un fin en sí mismo que refleja el bienestar de la sociedad, lo cual implica una redistribución equitativa y justa de la riqueza, y la búsqueda de la igualdad de derechos y oportunidades para todos. En consecuencia, podríamos aseverar que este régimen es un instrumento para conseguir la justicia social. Pero esto nos deja indefectiblemente algunos interrogantes inquietantes: ¿Pudo la democracia argentina en este tiempo garantizar niveles aceptables de justicia social? ¿Es la igualdad de oportunidades una realidad en el país o es una utopía cada vez más lejana? ¿Hemos podido reconciliar la vigencia de las instituciones democráticas con las demandas sociales? Probablemente estas inquietudes converjan en el legado inquebrantable que nos dejó el primer presidente de la democracia recuperada al sostener que "con la democracia se come, se cura y se educa" pero así mismo, no hace falta profundo análisis para comprender que ésta democracia está cargada de pendientes. La desigualdad estructural ha provocado graves déficits en las áreas más elementales de la población como la salud, la educación, la seguridad y la economía estableciendo la exclusión social como una de las grandes deudas que restan por saldar. No caben dudas que estamos mejor que en las etapas dictatoriales pero cómo se explica que en un país productor de alimentos haya niños muertos de hambre sino a partir de la inequitativa distribución de los recursos, cristalizada en la cada vez más grande y creciente brecha entre ricos y pobres. Más aún, esto marca que los criterios políticos estuvieron más preocupados por la prioridad del pago de una deuda externa económica que por solucionar la deuda interna social. Ciertamente en la actualidad poseemos más del 30% de nuestra población en estado de pobreza, de los cuales 1.500.000 son indigentes, quienes coexisten con altas tasas de desempleo e informalidad laboral, una constante caída de los porcentajes de niños que logran terminar la instrucción básica obligatoria y una calidad educativa en decadencia. Por su parte, la problemática de la salud abarca una diversidad de cuestiones que involucra falta de insumos, bajos salarios y hasta carencias en la infraestructura edilicia.
Este magro panorama nos demuestra que durante años sólo se ha puesto énfasis en la democracia como método de gobierno sin la pertinente conexión con un crecimiento sostenible, pues reconocerles a las personas la capacidad para definir sus destinos políticos resulta insuficiente en un contexto de continua vulneración de prerrogativas que hacen a su desarrollo y dignidad. En este punto la dirigencia política, gremial y empresarial que ocupó lugares centrales desde 1983 hasta la actualidad, son quienes principalmente deberían hacer una autocrítica acerca de su responsabilidad por el país que "no supimos conseguir". No obstante, a pesar de las crisis, las insatisfacciones y las deudas pendientes, la democracia sigue manteniendo una alta valoración y los ciudadanos pretendemos que las transformaciones y cambios en el sistema se hagan a través de la participación democrática. Aun así, nada puede asegurar que este tipo de adhesión sea inalterable, ya que la acumulación de necesidades y frustraciones pueden servir de base a líderes o movimientos demagógicos y autoritarios. Y esto no lo podemos permitir.
Es por eso que como jóvenes comprometidos con la democracia y el desarrollo social, y como futuros protagonistas de la dirigencia política, debemos comenzar a trabajar de manera consensuada en estos temas tan sensibles e importantes para la sociedad, para que de una vez por todas construyamos políticas de Estado que nos unan como argentinos, haciendo especial hincapié en la erradicación de la pobreza, en un Estado que asegure la posibilidad de una inserción social a través del acceso a la educación y que la fortalezca como instrumento para la movilidad social de una persona. Un Estado que asegure la justicia social y que de esta manera aporte a un mejor rendimiento económico. Que se vuelva a poner al ciudadano como centro de las políticas públicas por sobre la continuidad en el poder. Un Estado que procure la existencia de igualdad de oportunidades para que en el marco de nuestras libertades personales podamos alcanzar una plena realización personal.
De esta manera debemos entender que comprometerse con el desarrollo y crecimiento de la sociedad en donde vivimos, bregar por la conquista de mayores derechos y luchar por una sociedad más equitativa es también una manera de garantizar una democracia para siempre y que con ella “se coma, se cure y eduque”.
¿Quién es Mauricio Ordoñez?
Mauricio Ordoñez vive en la ciudad de Rio Cuarto y es estudiante de Derecho en la Universidad Nacional de Rio Cuarto. Se autodefine “de ideología socialdemócrata”. Participa en política y su espacio es la Unión Cívica Radical de esa ciudad. Además, Mauricio es miembro del equipo técnico de Fundación Río Cuarto 2030, una fundación cuyo enfoque es pensar a largo plazo la ciudad donde se asienta a partir de la planificación de políticas públicas que contribuyan a la transformación y desarrollo de la región. Le interesa la música y el deporte en sus tiempos libres.
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