domingo, 24 de febrero de 2013

Construir poder popular para profundizar el proyecto nacional

Por Martín Apaz*, para juventudpartidaria
Este año se renovará la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado de la Nación con una importante novedad: las y los jóvenes de 16 y 17 años podrán votar voluntariamente por primera vez gracias a la Ley aprobada el año pasado en el Congreso por iniciativa del oficialismo. Se trata de la tercera ampliación de importancia histórica en materia de derechos políticos que encara nuestro país luego de la Ley Saenz Peña y la Ley de voto femenino impulsada por el peronismo de mitad del siglo XX. Esta feliz novedad abre una vez más el debate sobre el papel de la juventud en la política.
Hay que remarcar el histórico proceso de incorporación de las juventudes a la política que se ha desarrollado desde el año 2003. En primer lugar, es ineludible reconocer el mayor acierto político del gobierno del ex presidente Néstor Kirchner en poner a la política nuevamente en el centro de la escena. A diferencia de lo que sucedió en nuestro país desde el golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976 hasta el 25 de mayo de 2003, la política dejó de estar subordinada a los intereses corporativos representados en la tecnocracia economicista para pasar a subordinar la economía y, con ella, a las corporaciones económicas nacionales y foráneas.
Retomando las mejores tradiciones del peronismo, los gobiernos de Néstor y Cristina han avanzado también sobre otro tipo de corporaciones, que si bien tienen una fortaleza económica importante, su peso específico es cultural o simbólico. No necesariamente estas medidas formaban parte de la agenda formal de los gobiernos kirchneristas. Muchas de estas demandas, devenidas en conquistas del Pueblo, surgieron de los movimientos sociales y fueron incorporadas en la agenda gubernamental por conciencia histórica y voluntad política del Gobierno en algún momento determinado.
Sin duda, se ha desarrollado en nuestro país una ampliación progresiva de la base de sustentación de la democracia en la medida que todas estas políticas han incluido socialmente a diferentes grupos sociales hasta entonces vulnerados en sus derechos. Afortunadamente, los y las jóvenes hemos sido protagonistas de muchas de las luchas que derivaron en éstas conquistas de derechos. Esto se debe a varias razones. Una de ellas es la interpelación a la juventud por parte de un proyecto político cuya referencia identitaria en términos históricos es la juventud de la década de 1970 y, en particular, de la Gloriosa Juventud Peronista. Se trató de una juventud politizada, organizada y movilizada. Marcada por un contexto internacional donde la revolución se convertía en una realidad todos los días, la juventud de los 70 era esencialmente transgresora y combativa.
Por otro lado, las y los jóvenes hemos sido beneficiarios directos de muchas de las políticas inclusivas de este gobierno. Muchos de los 5 millones de puestos de trabajo creados durante estos 10 años han sido nuestros primeros trabajos o nuestros primeros empleos formales. Además, las transformaciones culturales que hemos afrontado tienen un fuerte condimento generacional. Durante la última década ha habido un recambio generacional importante en los movimientos sociales y los partidos políticos que ha posibilitado avanzar en estos temas.
El legado político de una generación revolucionaria, los beneficios sociales de un modelo de inclusión social y la renovación generacional de la sociedad y la política han definido un lugar preponderante para la juventud en nuestra democracia. Un lugar que trae aparejada una gran responsabilidad. En el marco de las reglas democráticas vigentes y en el actual contexto social, económico y político las y los jóvenes tenemos más poder que nuestros pares de los 90 o los 80. La pregunta entonces es ¿qué hacer con ese poder?
Quienes nos hemos incorporado a la política desde los movimientos sociales y nos sentimos profundamente identificados con el proyecto político que lidera nuestra Presidenta tenemos un doble desafío. En primer lugar, garantizar la continuidad de este proyecto en el tiempo, institucionalizarlo y darle trascendencia respecto de los hombres y las mujeres particulares. En segundo lugar, garantizar que las agendas de los movimientos sociales de los que partimos nuestra vida política sigan formando parte de la profundización de este proyecto. Para el primer objetivo es central darle más poder a Cristina brindándole la mayor cantidad de votos y, de esta forma, el mayor acompañamiento institucional desde el Congreso para lo que resta de su mandato y para que pueda definir un sucesor o sucesora que garantice la continuidad del modelo. Para el segundo objetivo se torna imprescindible institucionalizar en el marco de las organizaciones políticas kirchneristas y en el marco de la reforma del Estado espacios concretos para representar, contener y solucionar los problemas de los grupos vulnerados en sus derechos.
Si estamos de acuerdo en estas dos cuestiones lo central será discutir el sujeto político de este proceso transformador. Como argumenté antes, la juventud se ha constituido por diferentes motivos en un actor central de la política. ¿Quiénes son o somos la juventud? ¿Somos todas y todos los jóvenes iguales? ¿Qué diferencias o distinciones nos constituyen como sujeto diferenciado del conjunto del Pueblo? Y, ¿qué diferencias o distinciones contiene esa juventud?
Definitivamente, entiendo que todas y todos los jóvenes tenemos un rol importante que desempeñar en política en general y en esta etapa histórica en particular. Sin embargo, no creo que sea positivo invisibilizar las desigualdades que alberga nuestro grupo social, ni que sea algo deseable en un proyecto transformador negarle protagonismo político a otros grupos sociales que no encajan en esta categoría social. Es más, me atrevo a decir que no vale lo mismo cualquier joven. Lamentablemente, en nuestro país aún no vale lo mismo un joven de clase media o alta que un joven de clase trabajadora o pobre.
No es lo mismo porque no son los mismos puntos de partida, no son las mismas oportunidades, no son los mismos recursos y no son los mismos horizontes. Reconocer esa heterogeneidad es fundamental para identificar cual es el sujeto político de esta etapa. Y cuando me refiero a este sujeto no estoy afirmando que se trate simplemente de reconocer al grupo social que “objetivamente” encarna esta etapa de profundización. Me refiero a cómo desde nuestras organizaciones políticas generamos entre todas y todos las condiciones para que los sectores dominados -entre los cuales está la juventud- y para que, fundamentalmente, los sectores dominados de los sectores dominados -como la juventud en situación de pobreza– se empodere, se organice, dispute y triunfe. Y esto, no desde el lugar de “iluminados” que transfieren  herramientas para que los que están abajo suban un escalón gracias a nuestra sensible representación, sino para que los que están abajo estén arriba representándose a sí mismos.
Para finalizar, defino como tercer objetivo de esta etapa –junto a institucionalizar el modelo e institucionalizar espacios para los grupos vulnerados dentro del modelo–,  garantizar que el modelo llegue a los lugares que aún no ha llegado. Y para eso es fundamental profundizar la construcción de poder popular, es decir, la organización de los sectores más humildes de nuestra Patria. Sólo podremos decir que estamos profundizando cuando el modelo se transforme a sí mismo para llegar a los sectores que todavía hoy no llega. Y sólo lograremos esa transformación construyendo poder popular.

Perfil de Martín Apaz
(*)Joven tucumano radicado en Córdoba. Actualmente es Responsable Provincial del Movimiento Popular por la Igualdad del Movimiento Evita. Activista en Devenir Diverse. Fue candidato a concejal de la ciudad de Córdoba en la lista que encabezaba Carlos Vicente
E-mail: martinfapaz@gmail.com
Facebook: Martín Apaz
Twitter: @apazmartin

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