martes, 21 de octubre de 2014

La participación política de la mujer

La participación política de la mujer es hoy una realidad -con matices- que encuentra en el camino de concreción grandes dificultades (hacia el pasado y hacia el futuro).
Un artículo difícilmente agote la cuestión; sin embargo pueden puntualizarse hitos en esta lucha por los derechos femeninos que ilustrarán el proceso.
Podríamos aventurar que desde los comienzos de la humanidad, la mujer ocupó roles protagónicos que fueron mutando. Se adjudica a Eva la responsabilidad de desobedecer la ley y esa actitud revolucionaria sirve para estigmatizarla (a ella y a sus congéneres) para toda la eternidad.
Tal vez aquellas que fueron incursionando en procura de visibilidad o poder – vestales, chamanas, hechiceras, curanderas- no imaginaban  que después de cumplir su rol o prodigar sus saberes podrían ser material de hoguera.
Si aquello que estudiamos en la escuela referido al hoy cuestionado Cristóbal Colón y sus viajes inaugurales en busca de Indias es cierto, ¿qué actitud más revolucionaria supera a la de la Reina Isabel La Católica subvencionando con sus joyas el viaje que cambiaría por siempre el mapa de la humanidad?
Habrá material con aquellas que intentaron emerger del rol asignado abrazando artes o saberes diversos, pero volvamos a la cuestión política.
Sostenemos que ese encuentro con el Continente Americano inaugura la Edad  Moderna de la historia, y debemos inferir que no hubiera resultado posible sin aquella actitud de una mujer acudiendo a su propio peculio, probablemente para ampliar los límites de su reino y patrimonio. Sin profundizar esa etapa histórica, donde encontraríamos  diversas protagonistas con variado, pero, en la mayoría de los casos desafortunado destino, podremos ingresar en la edad Contemporánea: origen del constitucionalismo social y de reconocimiento de derechos individuales.
La Revolución Francesa, con su consigna “Igualdad, Libertad, Fraternidad” que nos deslumbró como humanidad al inaugurar un  nuevo tiempo con nuevos derechos, merece otro análisis.
Desde una visión feminista sostenemos que esa revolución es una revolución sexista, racista y capitalista: la libertad, igualdad y fraternidad era para los hombres, blancos y propietarios. Fuera de esa enunciación quedaban esclavos, mujeres y pobres.
Bien afirma Flora Tristán: “Si quieres ver alguien más pobre que el obrero, mira a su mujer”.
La hoy recuperada Olympe de Gouges (oculta en el silencio de la historia oficial por siglos) denuncia esta exclusión de parte de la humanidad en la revolución de 1789 y escribe en 1791 la Declaración  de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (en contraposición o complemento de la declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano), lucha por la división de poderes de la República, la abolición de la esclavitud y se mantiene a la vanguardia.
Es guillotinada en 1793 y su único hijo reniega de ella públicamente por temor a represalias y persecuciones.
El ánimo de participación y la lucha por la emancipación de la mujer fue claramente enarbolada y expresada por la inglesa Mary Wollstonecraft en su texto “Vindicación de los derechos de la mujer” donde reclama que “… no se degradaría el carácter de las mujeres si se las incitara a respetarse a sí mismas, si los asuntos políticos y morales les fueran asequibles…”
La inquietud de las mujeres variaba, como hoy, según fuera su realidad personal: las mujeres pobres con sus hijos a cargo (por guerras y campañas interminables) enfrentaban la lucha cotidiana del pan en la mesa; las mujeres hijas del hombre educado, al decir de Virginia Wolff, luchaban por el acceso a la educación y por el derecho a ganar dinero con su trabajo para conquistar la libertad, y que no fuera “la única carrera o profesión posible el matrimonio”.
Las consecuencias de esa Revolución Francesa se trasladaron al resto del mundo: la vocación independentista impregnó el nuevo Continente que, abrevando en las fuentes filosóficas de aquella impulsaron la réplica en las jóvenes colonias americanas.
Participaban en el alumbramiento del nuevo régimen social las mujeres, según su cultura y emplazamiento social, desde tertulias culturales, intrigas clandestinas (Margarita Sánchez, La Perichona, Encarnación Ezcurra, Aurelia Vélez) o  en franco combate con el opresor (Juana Azurduy, Macacha Güemes).
Constituída la Nación fue menester integrarla y hay testimonios de enorme  coraje de las mujeres en la lucha fratricida que envolvió a nuestros ancestros dirimiendo el diseño del futuro por las armas.
Cuando,   finalmente, las Bases de la Nación fueron fijadas, la Constitución Nacional aprobada, las provincias integradas, fue necesario reforzar la base republicana de la división de poderes otorgando legalidad a la representación mediante el sufragio libre.
No fue pacífica la construcción de la unión nacional, continúa sin serlo.
 Tenemos registros de las primeras mujeres en ganar las calles defendiendo sus ideales: Elvira Rawson, joven estudiante de medicina asistiendo a los revolucionarios radicales  de 1890 contra el unicato de Juárez Celman. Eufrasia Cabral, dirigiéndose en acto público a sus correligionarios en Bs. As. Adelaida Roldán participando del acto fundacional de la Unión Cívica en Tanti. La joven comechingona del Pueblo de la Toma reclamando por los derechos de su gente a un conmovido Alem en Córdoba.
La socialista Carolina Muzzilli luchando por la salud y  derechos de lavanderas y niños en la Bs. As. de principios del Siglo XX.
Alfonsina Storni, articulando su lírica poesía con la lucha por el sufragio femenino, con Alicia Moreau de Justo, Emma Day, Julieta Lantieri.
Las hermanas Elvira y Ernestina López, egresadas de la UBA en filosofía y letras con una clara militancia feminista.
La constante lucha y prédica de Victoria Ocampo en igual sentido.
Esta enunciación no pretende agotar los nombres sino agitar la memoria para incluir a las que iniciaron los primeros pasos.
Progresivamente las mujeres accedieron a nuevos derechos: primero serían los derechos civiles de las mujeres.
Promediando la medianía del Siglo XX llegaría finalmente el voto femenino, derecho político por el que tanto se había luchado desde comienzos del siglo; este voto convirtió a Eva Duarte de Perón, fallecida en plena juventud, en ícono del mismo.
No se produjo un reconocimiento a la participación efectiva en cargos electivos: la mujer votaba, pero eso agotaba su participación en el proceso. La política seguía siendo una cosa de hombres (como en la revolución francesa).
Las mujeres con educación confiaban en lograr representación basada en sus capacidades, pero los hechos demostraban que la sociedad patriarcal no había cambiado sus paradigmas y sostenía los mismos valores iniciales.
 El movimiento feminista crecía en el mundo y nuestro país no permaneció ajeno a su influencia.
Como medida de acción positiva se dicta la ley que llamaremos Malharro de Torres (en homenaje a su autora,  la Senadora por la Pcia. De Mendoza, Margarita Malharro de Torres) que fija la participación mínima para uno de los sexos en las bancas de representación nacional. Inexplicablemente y sin razón legal alguna, los hombres han entendido que la menor representación corresponde a las mujeres.
Resulta vergonzoso señalar, además, que para lograr efectivo cumplimiento de esta ley fue necesaria una reglamentación estricta definiendo lugares bajo pena de nulidad y facultando a la justicia electoral a reorganizar las listas integradas en violación a esta normativa.
En el orden internacional se sucedían los tratados que reconocían los derechos a las mujeres y procuraban erradicar toda forma de discriminación o maltrato; todos ellos fueron incorporados con rango constitucional en la Reforma de la Constitución Nacional de 1994.
En nuestra provincia de Córdoba, la llamada ley Riutort (por su autora Olga Riutort) abre la posibilidad de participación femenina al establecer la paridad en todos los cargos electivos.
En cumplimiento de esta ley irrumpen las mujeres en un pie de igualdad en los votos y en las bancas legislativas provinciales y municipales. En muchos casos ejerciendo una representación clara de compromiso con el género y,  en otros, en ejercicio de un poder delegado por el “mentor” que la ubica en la lista y por quien y para quien ejerce la función.
Esta es la razón por la cual muchas veces son las propias mujeres quienes votan en contra del género.
Así como las interrupciones de la democracia por sucesivas dictaduras nos hicieron perder práctica de conceptos de ciudadanía y vigencia de las instituciones, la sistemática exclusión de las mujeres del ejercicio de la actividad política en cargos representativos acarreó una suerte de subordinación que va diluyéndose en forma simultánea al conocimiento y clara conciencia de su condición de ser humano con derechos.
Hoy, los jóvenes hijos de la democracia recuperada se reconocen- cada vez más- iguales en sus derechos respetando su diversidad.
Cada vez son más las jóvenes mujeres que acceden a cargos de conducción logrando expresar un punto de vista complementario, para una sociedad más equilibrada, más abarcativa y armoniosa con mujeres y hombres libres.

(*) Bio de Alicia Migliore
Abogada, Egresada de la UNC, egresada del curso de especialización en minoridad, de la Diplomatura de Desarrollo humano con perspectiva de género y de la diplomatura de derechos de la vejez (UNC). Docente de enseñanza media y de adultos. Miembro fundadora de la Agrupación Radical para el Cumplimiento de los Derechos Humanos de las Mujeres y de la Agrupación Radical de Abogados. Ha ocupado y ocupa cargos partidarios en la Unión Cívica Radical. Es autora del libro “Ser mujer en política”, recientemente presentado.

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