Por Alicia Migliore*
La
participación política de la mujer es hoy una realidad -con matices- que
encuentra en el camino de concreción grandes dificultades (hacia el pasado y
hacia el futuro).
Un artículo
difícilmente agote la cuestión; sin embargo pueden puntualizarse hitos en esta
lucha por los derechos femeninos que ilustrarán el proceso.
Podríamos
aventurar que desde los comienzos de la humanidad, la mujer ocupó roles
protagónicos que fueron mutando. Se adjudica a Eva la responsabilidad de
desobedecer la ley y esa actitud revolucionaria sirve para estigmatizarla (a
ella y a sus congéneres) para toda la eternidad.
Tal vez
aquellas que fueron incursionando en procura de visibilidad o poder – vestales,
chamanas, hechiceras, curanderas- no imaginaban
que después de cumplir su rol o prodigar sus saberes podrían ser
material de hoguera.
Si aquello
que estudiamos en la escuela referido al hoy cuestionado Cristóbal Colón y sus
viajes inaugurales en busca de Indias es cierto, ¿qué actitud más revolucionaria
supera a la de la Reina Isabel La Católica subvencionando con sus joyas el
viaje que cambiaría por siempre el mapa de la humanidad?
Habrá
material con aquellas que intentaron emerger del rol asignado abrazando artes o
saberes diversos, pero volvamos a la cuestión política.
Sostenemos
que ese encuentro con el Continente Americano inaugura la Edad Moderna de la historia, y debemos inferir que
no hubiera resultado posible sin aquella actitud de una mujer acudiendo a su
propio peculio, probablemente para ampliar los límites de su reino y
patrimonio. Sin profundizar esa etapa histórica, donde encontraríamos diversas protagonistas con variado, pero, en
la mayoría de los casos desafortunado destino, podremos ingresar en la edad
Contemporánea: origen del constitucionalismo social y de reconocimiento de
derechos individuales.
La
Revolución Francesa, con su consigna “Igualdad, Libertad, Fraternidad” que nos
deslumbró como humanidad al inaugurar un
nuevo tiempo con nuevos derechos, merece otro análisis.
Desde una
visión feminista sostenemos que esa revolución es una revolución sexista,
racista y capitalista: la libertad, igualdad y fraternidad era para los
hombres, blancos y propietarios. Fuera de esa enunciación quedaban esclavos,
mujeres y pobres.
Bien afirma
Flora Tristán: “Si quieres ver alguien más pobre que el obrero, mira a su
mujer”.
La hoy
recuperada Olympe de Gouges (oculta en el silencio de la historia oficial por
siglos) denuncia esta exclusión de parte de la humanidad en la revolución de
1789 y escribe en 1791 la Declaración de
los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (en contraposición o complemento de la
declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano), lucha por la división
de poderes de la República, la abolición de la esclavitud y se mantiene a la
vanguardia.
Es
guillotinada en 1793 y su único hijo reniega de ella públicamente por temor a
represalias y persecuciones.
El ánimo de
participación y la lucha por la emancipación de la mujer fue claramente
enarbolada y expresada por la inglesa Mary Wollstonecraft en su texto
“Vindicación de los derechos de la mujer” donde reclama que “… no se degradaría
el carácter de las mujeres si se las incitara a respetarse a sí mismas, si los
asuntos políticos y morales les fueran asequibles…”
La inquietud
de las mujeres variaba, como hoy, según fuera su realidad personal: las mujeres
pobres con sus hijos a cargo (por guerras y campañas interminables) enfrentaban
la lucha cotidiana del pan en la mesa; las mujeres hijas del hombre educado, al
decir de Virginia Wolff, luchaban por el acceso a la educación y por el derecho
a ganar dinero con su trabajo para conquistar la libertad, y que no fuera “la
única carrera o profesión posible el matrimonio”.
Las
consecuencias de esa Revolución Francesa se trasladaron al resto del mundo: la
vocación independentista impregnó el nuevo Continente que, abrevando en las
fuentes filosóficas de aquella impulsaron la réplica en las jóvenes colonias
americanas.
Participaban
en el alumbramiento del nuevo régimen social las mujeres, según su cultura y
emplazamiento social, desde tertulias culturales, intrigas clandestinas
(Margarita Sánchez, La Perichona, Encarnación Ezcurra, Aurelia Vélez) o en franco combate con el opresor (Juana
Azurduy, Macacha Güemes).
Constituída
la Nación fue menester integrarla y hay testimonios de enorme coraje de las mujeres en la lucha fratricida
que envolvió a nuestros ancestros dirimiendo el diseño del futuro por las
armas.
Cuando, finalmente, las Bases de la Nación fueron
fijadas, la Constitución Nacional aprobada, las provincias integradas, fue
necesario reforzar la base republicana de la división de poderes otorgando
legalidad a la representación mediante el sufragio libre.
No fue
pacífica la construcción de la unión nacional, continúa sin serlo.
Tenemos registros de las primeras mujeres en
ganar las calles defendiendo sus ideales: Elvira Rawson, joven estudiante de
medicina asistiendo a los revolucionarios radicales de 1890 contra el unicato de Juárez Celman.
Eufrasia Cabral, dirigiéndose en acto público a sus correligionarios en Bs. As.
Adelaida Roldán participando del acto fundacional de la Unión Cívica en Tanti.
La joven comechingona del
Pueblo de la Toma reclamando por los derechos de su gente a un conmovido Alem
en Córdoba.
La socialista
Carolina Muzzilli luchando por la salud y
derechos de lavanderas y niños en la Bs. As. de principios del Siglo XX.
Alfonsina
Storni, articulando su lírica poesía con la lucha por el sufragio femenino, con
Alicia Moreau de Justo, Emma Day, Julieta Lantieri.
Las
hermanas Elvira y Ernestina López, egresadas de la UBA en filosofía y letras
con una clara militancia feminista.
La
constante lucha y prédica de Victoria Ocampo en igual sentido.
Esta
enunciación no pretende agotar los nombres sino agitar la memoria para incluir
a las que iniciaron los primeros pasos.
Progresivamente
las mujeres accedieron a nuevos derechos: primero serían los derechos civiles
de las mujeres.
Promediando
la medianía del Siglo XX llegaría finalmente el voto femenino, derecho político
por el que tanto se había luchado desde comienzos del siglo; este voto
convirtió a Eva Duarte de Perón, fallecida en plena juventud, en ícono del
mismo.
No se
produjo un reconocimiento a la participación efectiva en cargos electivos: la
mujer votaba, pero eso agotaba su participación en el proceso. La política
seguía siendo una cosa de hombres (como en la revolución francesa).
Las mujeres
con educación confiaban en lograr representación basada en sus capacidades,
pero los hechos demostraban que la sociedad patriarcal no había cambiado sus
paradigmas y sostenía los mismos valores iniciales.
El movimiento feminista crecía en el mundo y
nuestro país no permaneció ajeno a su influencia.
Como medida
de acción positiva se dicta la ley que llamaremos Malharro de Torres (en
homenaje a su autora, la Senadora por la
Pcia. De Mendoza, Margarita Malharro de Torres) que fija la participación
mínima para uno de los sexos en las bancas de representación nacional.
Inexplicablemente y sin razón legal alguna, los hombres han entendido que la
menor representación corresponde a las mujeres.
Resulta
vergonzoso señalar, además, que para lograr efectivo cumplimiento de esta ley
fue necesaria una reglamentación estricta definiendo lugares bajo pena de
nulidad y facultando a la justicia electoral a reorganizar las listas
integradas en violación a esta normativa.
En el orden
internacional se sucedían los tratados que reconocían los derechos a las
mujeres y procuraban erradicar toda forma de discriminación o maltrato; todos
ellos fueron incorporados con rango constitucional en la Reforma de la
Constitución Nacional de 1994.
En nuestra
provincia de Córdoba, la llamada ley Riutort (por su autora Olga Riutort) abre
la posibilidad de participación femenina al establecer la paridad en todos los
cargos electivos.
En
cumplimiento de esta ley irrumpen las mujeres en un pie de igualdad en los
votos y en las bancas legislativas provinciales y municipales. En muchos casos
ejerciendo una representación clara de compromiso con el género y, en otros, en ejercicio de un poder delegado
por el “mentor” que la ubica en la lista y por quien y para quien ejerce la
función.
Esta es la
razón por la cual muchas veces son las propias mujeres quienes votan en contra
del género.
Así como
las interrupciones de la democracia por sucesivas dictaduras nos hicieron
perder práctica de conceptos de ciudadanía y vigencia de las instituciones, la
sistemática exclusión de las mujeres del ejercicio de la actividad política en
cargos representativos acarreó una suerte de subordinación que va diluyéndose
en forma simultánea al conocimiento y clara conciencia de su condición de ser
humano con derechos.
Hoy, los
jóvenes hijos de la democracia recuperada se reconocen- cada vez más- iguales
en sus derechos respetando su diversidad.
Cada vez
son más las jóvenes mujeres que acceden a cargos de conducción logrando
expresar un punto de vista complementario, para una sociedad más equilibrada,
más abarcativa y armoniosa con mujeres y hombres libres.
(*) Bio de Alicia
Migliore
Abogada, Egresada de la UNC, egresada del curso de especialización en minoridad, de la Diplomatura de Desarrollo humano con perspectiva de género y de la diplomatura de derechos de la vejez (UNC). Docente de enseñanza media y de adultos. Miembro fundadora de la Agrupación Radical para el Cumplimiento de los Derechos Humanos de las Mujeres y de la Agrupación Radical de Abogados. Ha ocupado y ocupa cargos partidarios en la Unión Cívica Radical. Es autora del libro “Ser mujer en política”, recientemente presentado.
Abogada, Egresada de la UNC, egresada del curso de especialización en minoridad, de la Diplomatura de Desarrollo humano con perspectiva de género y de la diplomatura de derechos de la vejez (UNC). Docente de enseñanza media y de adultos. Miembro fundadora de la Agrupación Radical para el Cumplimiento de los Derechos Humanos de las Mujeres y de la Agrupación Radical de Abogados. Ha ocupado y ocupa cargos partidarios en la Unión Cívica Radical. Es autora del libro “Ser mujer en política”, recientemente presentado.
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