jueves, 29 de enero de 2015

Las fluctuaciones de la hegemonía en la configuración de lo decible

El cierre de los 80 y los 90 instalaron lógicas de comprensión de mundo ligadas al neoliberalismo y el regionalismo abierto.  El inicio del nuevo siglo, en cambio, llegó con doxas combativas respecto al mercado y rearticuladoras de lo político como dimensión antagónica. La actualidad da síntomas de un nuevo corrimiento que, aunque vislumbra reconfiguraciones, aún no da indicios de su radicalidad.

¿Por qué algunas ideas parecen fuera de lugar en determinados momentos históricos? ¿Qué es lo que hace que algunos conceptos resulten necesariamente desdeñados en el presente y, en contrapartida, otros resuenen con evidente actualidad? O, como se preguntaría el analista del discurso Marc Angenot, ¿por qué algunos razonamientos del pasado resultan absurdos?
La noción del discurso social de este autor quizás sea la forma más clara y explicativa para comprender cómo lo decible se transforma en una dimensión social que performa las redes de articulación de significados que dan lógica y sentido al mundo social. El autor (2010) sostiene que el discurso social son los sistemas genéricos, los repertorios tópicos, las reglas de encadenamiento de enunciados que, en una sociedad dada, organizan lo narrable y lo opinable y aseguran la división del trabajo discursivo.
Así, la idea del especialista saca a la luz el planteo de que no se puede pensar cualquier cosa, sino que cada enunciación se sitúa en el marco de un universo de decires posibles que es articulada, fundamentalmente, por la cosmovisión dominante que, siguiendo la idea gramsciana de hegemonía, ha sido instalada en el marco de disputas de poder en la búsqueda de imposición de sentidos. Esto explica porqué, por ejemplo, hablar de memoria, verdad y justicia es razonable y pensable en nuestro presente y no hace 20 años atrás o porqué, también, la noción de diversidad sexual era inadmisible en el pasado en los términos en que hoy es leída.
Se determina, de este modo, una hegemonía de lo pensable que legitima un conjunto de repertorios y doxas que confieren (o no) posiciones de influencia y prestigio a determinadas entidades discursivas, haciéndolas aceptables o indecibles. Bajo esta lógica, nuestro país es ejemplo respecto a cómo aquella hegemonía de lo pensable ha fluctuado en el seno de lo social deviniendo en discursos sociales disímiles y, en muchos caso, opuestos.
Si bien es posible hacer un análisis temporal más micro, resulta ilustrativo indagar en las dos últimas décadas bajo dos objetivos concretos: evidenciar las resignificaciones de lo pensable y lo decible, por un lado, y sugerir una lectura de la contemporaneidad como antesala a posibles nuevos repertorios y marcos interpretativos, por el otro.
La década del 90 estableció, tanto en el plano de lo social y lo cultural como en el orden de lo político y lo económico, límites neoliberales respecto a lo opinable, sentando las condiciones para lecturas de mundo que volvían impensada la idea de, por caso, un estado interventor y regulador de los mercados. En ese universo de sentido, nunca totalizador sino hegemónico, privatizar lejos estaba de asumir los valores axiológicos que tendría una década después.
Justamente allí, desde el 2003 hacia delante, la hegemonía discursiva inicia un ciclo de reconceptualización ligada a una fuerte crisis económica y social que agrietó aquella doxa, axiologizando negativamente los preceptos decibles y aceptables como el mercado, la liberación y la autorregulación. Ese nuevo escenario discursivo, inestable y dislocado, fue leído por un sector político que interpretó el agotamiento de un discurso y aportó a un proceso de cambio de sentidos que, si bien no fue resultado sólo de las nuevas configuraciones en el campo político, sí tomó cause en gran parte gracias a ellas.
La última década, entonces, se caracterizó por la irrupción de una nueva forma de comprender y significar al mundo definida, en el campo político, por su radical diferenciación respecto a la doxa liberal. Fue la época en la que el retorno al pasado se transformó en una opción no sólo posible sino necesaria, donde el Estado fue pensado como actor del proceso social y económico, donde lo opinable rompió la lógica del mercado y recuperó el folklore y la agencia política de las militancias del 70. La palabra política volvió a su dimensión adversativa y el mundo fue un escenario de conflicto en el que se desenvuelven antagonismos que son constitutivos de lo político. Una época donde la palabra política se reposiciona y disputa la legitimidad con la palabra mediática, transformando en opinable no sólo la independencia de los medios sino, incluso, el significado de la propia libertad de expresión.
Sin embargo, y como sucede con toda hegemonía, aquel estado del discurso social es continuamente resistido y desafiado, presionado con versiones que buscan salir del lugar de la periferia discursiva. Así, el presente es testigo de disputas de sentidos que, al tiempo que evidencian cierto debilitamiento del discurso social, revelan la incertidumbre respecto a las nuevas configuraciones.
Afirmaciones que hasta hace tiempo eran incongruentes con la esfera de lo decible y lo opinable comienzan a ganar terreno y aceptación, menguando la centralidad de los significantes que hasta entonces habían cooptado el centro vacío. Sobre todo en aquellas nociones vinculadas a las políticas económicas y sociales, en el plano de lo político, se vislumbra una tensión cada vez más firme entre las visiones que dominaron la historia nacional reciente entre la década del 90 y la primera del nuevo milenio.
Está claro que los cambios en el discurso social no tienen necesaria correspondencia con los cambios en la conducción del Estado, en la medida en que las propias discursividades políticas no son dimensiones esencializadas sino dinámicas y con capacidades de adaptación a las nuevas exigencias de las condiciones materiales y simbólicas de lo real.
Sin embargo, resulta superlativo atender a esta tensión entre visiones que se disputan la hegemonía de lo pensable signando un período dominado más por las incertezas y las polisemias que por los sistemas de significación sólidos que se evidenciaron en los estados más firmes de la hegemonía en los últimos 25 años.
Quizás, y a título personal, sea necesario vigilar las fluctuaciones de sentido que se afiancen en la intersección entre lo social y lo político a fin de saltear viejas configuraciones radicales del más crudo liberalismo haciendo que el agotamiento de una doxa no sea, como tantas veces lo fue, la puerta abierta para la consolidación de su más extrema oposición.

Danilo es Lic. en Comunicación Social, cursa el Doctorado en Estudios Sociales de América Latina en el CEA-UNC y es profesor universitario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El más franco y espontáneo respeto por el autor y su visión amplia y certera.
Felicitaciones, Danilo !
Cisco.