Por Danilo Tonti*
El cierre de los 80 y los 90
instalaron lógicas de comprensión de mundo ligadas al neoliberalismo y el
regionalismo abierto. El inicio del
nuevo siglo, en cambio, llegó con doxas combativas respecto al mercado y
rearticuladoras de lo político como dimensión antagónica. La actualidad da
síntomas de un nuevo corrimiento que, aunque vislumbra reconfiguraciones, aún
no da indicios de su radicalidad.
¿Por qué algunas ideas parecen fuera
de lugar en determinados momentos históricos? ¿Qué es lo que hace que algunos
conceptos resulten necesariamente desdeñados en el presente y, en
contrapartida, otros resuenen con evidente actualidad? O, como se preguntaría el
analista del discurso Marc Angenot, ¿por qué algunos razonamientos del pasado
resultan absurdos?
La noción del discurso social de este
autor quizás sea la forma más clara y explicativa para comprender cómo lo
decible se transforma en una dimensión social que performa las redes de
articulación de significados que dan lógica y sentido al mundo social. El autor
(2010) sostiene que el discurso social son los sistemas genéricos, los
repertorios tópicos, las reglas de encadenamiento de enunciados que, en una
sociedad dada, organizan lo narrable y lo opinable y aseguran la división
del trabajo discursivo.
Así, la idea del especialista saca a
la luz el planteo de que no se puede pensar cualquier cosa, sino que cada
enunciación se sitúa en el marco de un universo de decires posibles que es
articulada, fundamentalmente, por la cosmovisión dominante que, siguiendo la
idea gramsciana de hegemonía, ha sido instalada en el marco de disputas de
poder en la búsqueda de imposición de sentidos. Esto explica porqué, por
ejemplo, hablar de memoria, verdad y justicia es razonable y pensable en
nuestro presente y no hace 20 años atrás o porqué, también, la noción de
diversidad sexual era inadmisible en el pasado en los términos en que hoy es
leída.
Se determina, de este modo, una hegemonía
de lo pensable que legitima un conjunto de repertorios y doxas que confieren (o
no) posiciones de influencia y prestigio a determinadas entidades discursivas, haciéndolas
aceptables o indecibles. Bajo esta lógica, nuestro país es ejemplo respecto a
cómo aquella hegemonía de lo pensable ha fluctuado en el seno de lo social deviniendo
en discursos sociales disímiles y, en muchos caso, opuestos.
Si bien es posible hacer un análisis
temporal más micro, resulta ilustrativo indagar en las dos últimas décadas bajo
dos objetivos concretos: evidenciar las resignificaciones de lo pensable y lo
decible, por un lado, y sugerir una lectura de la contemporaneidad como
antesala a posibles nuevos repertorios y marcos interpretativos, por el otro.
La década del 90 estableció, tanto en
el plano de lo social y lo cultural como en el orden de lo político y lo
económico, límites neoliberales respecto a lo opinable, sentando las
condiciones para lecturas de mundo que volvían impensada la idea de, por caso,
un estado interventor y regulador de los mercados. En ese universo de sentido,
nunca totalizador sino hegemónico, privatizar lejos estaba de asumir los
valores axiológicos que tendría una década después.
Justamente allí, desde el 2003 hacia
delante, la hegemonía discursiva inicia un ciclo de reconceptualización ligada
a una fuerte crisis económica y social que agrietó aquella doxa, axiologizando
negativamente los preceptos decibles y aceptables como el mercado, la
liberación y la autorregulación. Ese nuevo escenario discursivo, inestable y
dislocado, fue leído por un sector político que interpretó el agotamiento de un
discurso y aportó a un proceso de cambio de sentidos que, si bien no fue
resultado sólo de las nuevas configuraciones en el campo político, sí tomó cause
en gran parte gracias a ellas.
La última década, entonces, se
caracterizó por la irrupción de una nueva forma de comprender y significar al
mundo definida, en el campo político, por su radical diferenciación respecto a
la doxa liberal. Fue la época en la que el retorno al pasado se transformó en
una opción no sólo posible sino necesaria, donde el Estado fue pensado como
actor del proceso social y económico, donde lo opinable rompió la lógica del
mercado y recuperó el folklore y la agencia política de las militancias del 70.
La palabra política volvió a su dimensión adversativa y el mundo fue un
escenario de conflicto en el que se desenvuelven antagonismos que son
constitutivos de lo político. Una época donde la palabra política se
reposiciona y disputa la legitimidad con la palabra mediática, transformando en
opinable no sólo la independencia de los medios sino, incluso, el significado
de la propia libertad de expresión.
Sin embargo, y como sucede con toda
hegemonía, aquel estado del discurso social es continuamente resistido y
desafiado, presionado con versiones que buscan salir del lugar de la periferia
discursiva. Así, el presente es testigo de disputas de sentidos que, al tiempo
que evidencian cierto debilitamiento del discurso social, revelan la incertidumbre
respecto a las nuevas configuraciones.
Afirmaciones que hasta hace tiempo
eran incongruentes con la esfera de lo decible y lo opinable comienzan a ganar
terreno y aceptación, menguando la centralidad de los significantes que hasta
entonces habían cooptado el centro vacío. Sobre todo en aquellas nociones
vinculadas a las políticas económicas y sociales, en el plano de lo político,
se vislumbra una tensión cada vez más firme entre las visiones que dominaron la
historia nacional reciente entre la década del 90 y la primera del nuevo
milenio.
Está claro que los cambios en el
discurso social no tienen necesaria correspondencia con los cambios en la
conducción del Estado, en la medida en que las propias discursividades
políticas no son dimensiones esencializadas sino dinámicas y con capacidades de
adaptación a las nuevas exigencias de las condiciones materiales y simbólicas
de lo real.
Sin embargo, resulta superlativo
atender a esta tensión entre visiones que se disputan la hegemonía de lo
pensable signando un período dominado más por las incertezas y las polisemias
que por los sistemas de significación sólidos que se evidenciaron en los
estados más firmes de la hegemonía en los últimos 25 años.
Quizás, y a título personal, sea
necesario vigilar las fluctuaciones de sentido que se afiancen en la
intersección entre lo social y lo político a fin de saltear viejas
configuraciones radicales del más crudo liberalismo haciendo que el agotamiento
de una doxa no sea, como tantas veces lo fue, la puerta abierta para la
consolidación de su más extrema oposición.
Danilo
es Lic. en Comunicación Social, cursa el Doctorado en Estudios Sociales de
América Latina en el CEA-UNC y es profesor universitario.
1 comentario:
El más franco y espontáneo respeto por el autor y su visión amplia y certera.
Felicitaciones, Danilo !
Cisco.
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