domingo, 25 de enero de 2015

Lo que oculta el vestido

Una mirada sobre la mujer como recurso estratégico de la política electoralista
Madre, politóloga, militante, mujer. 
Dentro de la vasta ciencia política hay una disciplina que se amalgama con el marketing y componen el “marketing político”. Se trata de la combinación de un sinfín de herramientas para dar a conocer, posicionar y en muchos casos “vender” a los votantes un candidato o candidata, según sea la estrategia. Demás está decir que en la carrera electoral casi todo vale a fin de caerles simpáticos a quienes luego tendrán la potestad de elegir: los ciudadanos comunes.
En los últimos tiempos hemos sido testigos de cómo varios candidatos han utilizado el género femenino como una herramienta más para escalar en las encuestas, la más de las veces con resultados exitosos: todos ahora conocen a Redrado; Insaurralde se disparó lejos de sus competidores de la mano de una vedette; Santilli, flamante marido, comunicaba sus ambiciones a jefe de gobierno porteño mediante el casamiento con una modelo; la esposa de Scioli comparte fotos en pose hollywoodense rodeada de niños; Binner luce en la playa a su joven pareja varios abriles menor que él.
Con todas estas bellas y famosas novias y  esposas los candidatos se garantizan cobertura de todos los medios y que en todos los programas de chimentos se mencione su nombre en medio de menús de comidas de fiestas, diseñadores de vestidos y ex enojadas. La estrategia: llegar al público que tiene escaso o ningún interés en las cuestiones políticas. Así, en vez de pensar cómo llegar a ese ciudadano apático con mensajes sencillos pero sustanciosos de modo que se interese y quiera saber más cada día sobre la cosa pública, estos personajes ponen en escena una mediocre parodia de la política actual y la convierten en una mascarita con ideas raquíticas, mucho brillo volátil de purpurina y bastante maquillaje para no mostrar lo que no se debe.
Vale aclarar dos cosas en función de plantearnos el tema de manera analítica, por un lado no estamos poniendo en cuestión la vida privada de nadie, sino evidenciando la exposición de la misma con el fin de obtener votos, por el otro no consideramos que los ciudadanos sean responsables de priorizar lo privado ante los temas de debate público, estamos responsabilizando a la clase política de ponerlos premeditadamente en ese lugar.
A la cuestión de género lo que esta situación irradia simbólicamente es degradante: el poderoso es el hombre, la mujer sólo ese ornamento que garantiza que la lucecita roja de cámara se encienda. A la militancia femenina comprometida transmiten desaliento pues vemos como de repente programas enteros hablan de la gran “sensibilidad social” de la reina de la revista cuando jamás la hemos visto luchando en ningún ámbito por tema alguno. Pero lo peor de todo éste fenómeno es que estos candidatos han decidido barrer los grandes temas que tanto nos afligen bajo la alfombra y ponen a gran parte de la sociedad a discutir si nos gusta o no el vestidito mientas el hambre, la corrupción, la endeble política sanitaria, la ruin política educativa y la inseguridad se devoran víctimas a sus anchas.

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