Más allá de las lecturas que acaso lo reduzcan
a un slogan, una invocación coyuntural o una fina trama dentro de las lógicas
de mercado, el peso de las juventudes en el mundo contemporáneo es, desde hace
décadas, insolayable a la hora de analizar las distintas dinámicas sociales.
Política, economía, lenguaje se articulan, en todos sus niveles, alrededor de
la noción de “joven”, y sobre eso intenta reflexionar “Las juventudes
argentinas hoy: tendencias, perspectivas, debates” (Grupo Editor
Universitario), una nueva colección de ensayos que abordan diferentes temáticas
generacionales. Política, participación, territorio digital, género, sistema
carcelario y educación son algunos de los ejes de esta serie de reciente
aparición. Pablo Vommaro es su director y autor también de unos de sus títulos, Juventudes
y políticas en la Argentina y en América Latina. Con él hablamos de la
“juvenilización” del mundo, las formas que adquiere la participación política y
las tensiones a la hora de pensar políticas públicas de juventud en Argentina.
¿Por qué elegir a la juventud como objeto de estudio?
Hoy las juventudes en el mundo contemporáneo tienen una incidencia
social muy importante. En muchos países las movilizaciones, los colectivos y
las producciones juveniles marcan la dinámica social. Eso tiene que ver con un
proceso que podría resumirse como de una “juvenilización” del mundo: una
“juvenilización” de la fuerza de trabajo, de las pautas de consumo, de las
subjetividades, esa idea de que hoy los padres se parecen más a los hijos que
los hijos a los padres. Esa frase del sentido común habla de un proceso de
visibilización y de protagonismo juvenil importante. Yo creo que desde hace
unas dos o tres décadas, y creo que va a ser así al menos por un tiempo,
entender las dinámicas juveniles es una puerta de entrada para entender la
dinámica social. Comprender los modos de hacer política, de manifestarse de los
colectivos juveniles te permite entender gran parte de los conflictos políticos
hoy. En ese sentido la idea de la colección es entender cómo se produjo este
proceso sin naturalizarlo sino más bien desmenuzándolo.
Tanto esa “juvenilización”, como también la “feminización”, son ejes que
marcan el pulso de las dinámicas sociales contemporáneas. ¿Cómo creés que
modificaron las estructuras para pensar lo social, lo político, lo económico?
Yo creo que como todo proceso social, o al menos como yo miro todo
proceso social, el aporte de estos procesos es ambivalente. No hay que negar
que son procesos que tienen que ver con la producción capitalista, hoy en día
las subjetividades se han vuelto objeto de procesos de producción. Entonces
tenés, por un lado, apropiación de pautas femeninas, de pautas juveniles, de
modos de ser por parte del sistema capitalista, pero también una dinámica que
abre potencialidades. Porque uno puede decir que esta “juvenilización” del
mundo también le da un protagonismo social a los colectivos juveniles cuando
antes estaban más relegados a una subordinación o a un relevo generacional a
futuro. Y si bien hoy eso sigue todavía levemente en pie, se le da a la
juventud una oportunidad para el despliegue de potencialidades que antes quizás
no tenía o estaba mucho más tensionado. Hay más consenso social para que los
colectivos juveniles o de mujeres ocupen lugares sociales de mayor relevancia.
Creo que esa es la oportunidad, sin dejar de ver la otra cara que tiene que ver
con la apropiación de estos procesos por parte de la producción capitalista. No
es que estamos a las puertas de un socialismo donde los jóvenes son iguales y
las mujeres tienen todos los mismos derechos, pero sí hay que ver este proceso
de ampliación social. El objetivo es visibilizar dinámicas que se pueden
desplegar como una potencia transformadora aunque hoy en día todavía sean
contradictorias.
¿Por qué pensar en “juventudes”?
La noción de “juventud” como sujeto social y político es más bien
reciente, comienza en el período de entreguerras y tiene su gran quiebre en los
60. A partir de ahí la juventud gana, digamos, un lugar como sujeto, con
producciones propias, música, cultura, sexualidad, formas de ser… Ahora, hoy en
día creo que es imposible hablar de la “juventud”, de un sujeto social
homogéneo. Creo que hay que desnaturalizar a la juventud como algo dado para
empezar a ver sus diversidades, que no siempre supone algo positivo porque
también incluye a las desigualdades.
En tu libro hablás de “diversidad y desigualdad” como dos de los
principales rasgos de las juventudes hoy.
Exactamente. Creo que hay dos dinámicas políticas fundamentales hoy en
Argentina y en América Latina, que son, por un lado, el tema de la dinámica
diversidad/desigualdad, o diferencia/desigualdad, y por otro lado la cuestión
de lo público. La dinámica diversidad/desigualdad tiene que ver, por un lado,
con abordar la diversidad como una característica de esas juventudes, y verla
no como una debilidad sino como una condición de posibilidad para desplegar
potencia, y, por otro lado, poder ver la desigualdad. Hoy en día muchos
indicadores económicos están peor entre los jóvenes. El desempleo juvenil, en
la Argentina, es casi el doble, y en algunos países el triple, que el desempleo
adulto. Hay que ver también las desigualdades de género, culturales, laborales,
educativas. Y creo que ahí el desafío es cómo construir una igualdad que no sea
homogénea, cómo construir una política hacia la igualdad que no homogenice y
rescatar la diferencia en la igualdad.
Tu libro aborda la participación política juvenil en Argentina y América
Latina. ¿Cuáles son las características fundamentales de estas experiencias?
Mi interés por los modos juveniles de hacer política tiene que ver con
un interés por los modos sociales de hacer política, no sólo juveniles. En ese
sentido, las formas de participación política o las configuraciones
generacionales de la política hoy tienen que ver fuertemente con acción
directa, con la escenificación en el espacio público, con una ocupación y una
disputa por lo público, y que tiene que ver también con formas de democracia
directa o al menos de tensión entre participación y representación, aún en los
grupos juveniles más asociados con lo partidario o que puedan mantener cierto
verticalismo. Todo militante juvenil quiere participar, se reúne para tomar
decisiones colectivas, aunque sea a nivel local o aunque luego haya una “bajada
de línea”. Hay una tensión, que en algunos colectivos es mucho más amplia y en
otros es aún larvada, entre participación y representación. Y después lo que
tiene que ver fuertemente con todo lo relacionado con los territorios
digitales, que no son solamente formas de comunicar o visibilizar la práctica
política, sino que muchas veces configuran esa práctica, aunque yo creo que,
como dicen algunos brasileños, todavía existe tensión entre lo online y lo
offline, la dinámica presencial sigue siendo muy fuerte.
¿Qué diferencias encontrás entre la participación política juvenil en
Argentina y en el resto del continente?
Creo que en Argentina lo que sucede es que, por un lado, hay un sistema
político partidario que, si bien entró en una crisis muy fuerte en el año 2001,
es de alguna manera más estable o más sólido en comparación con, por ejemplo,
Brasil. Hay una posibilidad de canalización a través de la política partidaria
más fuerte. El proceso de recomposición estatal también es fuerte, al Estado se
lo ve como un espacio de posible intervención política, no como adversario
solamente sino como una arena de disputa política o una herramienta. Y creo que
en Argentina además el lugar del territorio cobra una singularidad que se
imbrica con la experiencia obrera, estudiantil, con la experiencia de muchas
comunidades religiosas, que se entrelazan y producen movimientos colectivos que
hoy parecen novedosos pero que si uno rastrea están mucho más enraizados en
procesos de mediana duración que lo que uno podría ver. En Argentina hay un
lugar de lo partidario mucho mayor que en otros países pero igual en otros
países también existe. En Chile, por ejemplo, la movilización estudiantil ha
producido nuevos procesos juveniles y hasta diputados que han conquistado
lugares en el sistema político, lo mismo en Brasil. En Argentina tiene más
fuerza pero no es un proceso que no se produzca en otros países hoy.
¿La mayor participación de los jóvenes en política y en muchos casos en
el propio Estado produce una mayor elaboración de políticas públicas juveniles?
¿Cómo ves en Argentina la correlación entre esa “juvenilización” y el trazado
de políticas sectoriales o con perspectiva “juvenil”?
Hoy en día la mayoría de las políticas que atañen a la juventud son
elaboradas sin participación de los jóvenes. La única política pública
reconocida como de juventud es la sectorial, en espacios como la Subsecretaría
de Juventud, donde sí hay participación de jóvenes, pero no hay participación
juvenil en otros temas de agenda pública, por ejemplo, seguridad, trabajo,
educación, un montón de temas que son de políticas públicas de juventud y que
no se visibilizan como tales. Creo que falta asumir como políticas públicas de
juventud otras políticas que no son las sectoriales. Por ejemplo, los planes de
empleo juvenil o el sistema educativo. Falta una participación y una
transversalidad de lo generacional en la política pública, que sí lo hay con
las cuestiones de género. Hoy cualquier política social tiene su dimensión de
género y no tiene su dimensión generacional, juvenil.
En tu libro señalás que el sector de la juventud es uno de los más
beneficiados por la ampliación de derechos de las últimas décadas en la región.
¿Qué falta todavía?
Creo que un plano fuerte tiene que ver con salud sexual y reproductiva,
sobre todo en la mujer pero no solo en la mujer, que incluye el derecho al
aborto o al menos al aborto no punible y que afecta fuertemente a la juventud
aunque, otra vez, no se tematice como política pública de juventud. Otro tema
es el trabajo. Las políticas laborales están muy enfocadas en ayudar a que los
jóvenes se inserten en el mercado de trabajo, pero no hay herramientas para ver
en qué condiciones lo hacen. Es el empleo y no las cárceles hoy una puerta
giratoria para los jóvenes, porque entran, están seis meses, un año, y son
expulsados por el propio mercado laboral que los sobreexplota en jornadas de
doce o catorce horas, que les paga poco, que no les da vacaciones, que no les
da permisos de estudio. Creo que la política laboral tiene que poder incidir en
las condiciones de trabajo de esos jóvenes. Un tercer pendiente tiene que ver
con el medio ambiente, que no tiene que ver solo con la ecología sino con
condiciones de vida, con salubridad, con poder recuperar espacios agrícolas
para que las juventudes rurales tengan su espacio de desarrollo. El modelo
sojero muchas veces expulsa población y mucha de esa población es en gran parte
juvenil. Como cuarto punto yo marcaría el tema educativo, que en Argentina hay
algunos desafíos que por suerte están resueltos, como la gratuidad o la
cobertura, pero falta lo que tiene que ver con la calidad, con la retención,
con las condiciones del sistema educativo y, sobre todo, en la enseñanza media.
Y lo último tiene que ver con la cuestión del espacio público y el derecho a la
ciudad, todo lo que tiene que ver con la segregación urbana, que aunque no esté
tematizada como juvenil, de nuevo, es juvenil, porque son los jóvenes los
segregados a las periferias urbanas, los criminalizados o judicializados cuando
van al centro. Por ejemplo, la Marcha de la Gorra en Córdoba tiene que ver con
eso, con que los jóvenes de gorrita, de clases populares, si van al centro de
Córdoba son detenidos por la policía. Estos, creo, son los cinco grandes
problemas de agenda que no están resueltos y que deberían serlo. Y digo cuál
no: el tema de los llamados “jóvenes ni-ni”, una noción que victimiza y
culpabiliza a las juventudes, diciendo que el problema de las juventudes es que
no hacen ni una cosa ni la otra, y por lo tanto hay que interpelarlos desde la
incapacidad para incluirlos en un sistema social. Esa forma de interpelar a las
juventudes es totalmente improductiva y contraproducente. Hay que evitar caer
en estereotipos fáciles.
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