Por Bruno Reichert*
Alguna vez Patricia Bullrich se hizo llamar Carolina Serrano. Eran otros tiempos. De montonerismo adolescente y cercano a “Galimba”, el líder que terminó sus días entre Susana Giménez y las Harley Davidson. En esos años, a los militantes montoneros en edad de secundario se les pedía su “proletarización”: debían dejar sus colegios originarios en Capital Federal y anotarse en la matrícula de un derruido establecimiento educativo del Conurbano Bonaerense.
Llegaron los ochenta, los maravillosos noventa, el fatídico
comienzo del nuevo milenio y el kirchnerismo con su Estado de bienestar de
plastilina. Pato se convirtió en la Thatcher vernácula. Es difícil saber dónde
comienza el trauma y empieza la impostura política que le impide hablar de lo
mal que la pasó en la dictadura. Pero nunca dejó de ser una chica de la JP.
Rosquera de las buenas que cuando a la new politic se le queman los papeles,
viene a hacer lo que sabe mejor: política pura y dura. Y así fue sobreviviendo
y armando su propio partido.
En la construcción del PRO, Unión por Todos (o Unión por la
Libertad) tiene un rol específico que cumple: mantener un voto ideologizado y
de élite de la zona circundante a Belgrano, Nuñez y Cañitas -el primero y
último de ellos, zona donde residen los ex militares por excelencia- y lo hace
muy bien. Es que desde aquella lejana
época de proletarización pasó a su propio Club del Buen Porteño. Sus militantes
pululan en las esquinas de Belgrano pero ahora un poco más mimetizados con los
del PRO (de extracción bastante más amplia). En esas cuadras sonríen mientras
se sacan fotos con sus camisas de colores pasteles, jeans o bermudas estándar,
su pelo prolijo. Un centro de estudiantes de la Universidad San Andrés o
Austral. Novios perfectos para una hija de clase media alta, aunque la
heterosexualidad masculina no abunda. Ese último dato, cuando se juntan votos
cerca de la Parroquia San Benito Abad, siempre es mejor que sea sotto voce.
Son activos en redes sociales. Las selfies con ht que
remiten al cambio, la unión y al trabajo con entusiasmo siempre tiene sus
amplias sonrisas y los rostros que se repiten. Se hace evidente que son menos
que los 33 Orientales. No son muy agraciados pero aprendieron a ser
fotogénicos. La mimetización con el PRO - en su caso a favor de Rodríguez
Larreta- los monocromatizó. Las mismas esquinas, las mismas caras, los mismos
agobiantes colores cálidos entre pecheras, sombrillas y globos se repiten en el
TL de quien decide seguirlos en Twitter.
Son otro emergente de la política que renació. Una silenciosa,
de camisa bien abotonada. Se parece más a un meeting en Jockey Club que a un
multitudinario plenario de La Cámpora o de Franja Morada. Un Grupo Sushi en
condición de masa madre. Son el regreso a la política por un camino más
antiguo: entre el positivismo económico que desde hace más de un siglo vuelve y
vuelve, y el escepticismo frente al Estado regulador (que ven como
interventor). Un verdadero Club del Progreso.
Con o sin ellos, Bullrich seguirá adelante gracias al
respaldo de los votos capitalinos que con inteligencia supo conseguir y que la
siguen a cualquier partido que vaya. Mientras tanto, los chicos del Club
lograron conocer un rincón político libre de sobresaltos e hicieron amistades
entre iguales. Después, como todo militante, les tocará ver dónde pueden armar
otro clubsito.
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