lunes, 6 de abril de 2015

El Club del Progreso de Bullrich


Alguna vez Patricia Bullrich se hizo llamar Carolina Serrano. Eran otros tiempos. De montonerismo adolescente y cercano a “Galimba”, el líder que terminó sus días entre Susana Giménez y las Harley Davidson. En esos años, a los militantes montoneros en edad de secundario se les pedía su “proletarización”: debían dejar sus colegios originarios en Capital Federal y anotarse en la matrícula de un derruido establecimiento educativo del Conurbano Bonaerense.
Llegaron los ochenta, los maravillosos noventa, el fatídico comienzo del nuevo milenio y el kirchnerismo con su Estado de bienestar de plastilina. Pato se convirtió en la Thatcher vernácula. Es difícil saber dónde comienza el trauma y empieza la impostura política que le impide hablar de lo mal que la pasó en la dictadura. Pero nunca dejó de ser una chica de la JP. Rosquera de las buenas que cuando a la new politic se le queman los papeles, viene a hacer lo que sabe mejor: política pura y dura. Y así fue sobreviviendo y armando su propio partido.
En la construcción del PRO, Unión por Todos (o Unión por la Libertad) tiene un rol específico que cumple: mantener un voto ideologizado y de élite de la zona circundante a Belgrano, Nuñez y Cañitas -el primero y último de ellos, zona donde residen los ex militares por excelencia- y lo hace muy bien.  Es que desde aquella lejana época de proletarización pasó a su propio Club del Buen Porteño. Sus militantes pululan en las esquinas de Belgrano pero ahora un poco más mimetizados con los del PRO (de extracción bastante más amplia). En esas cuadras sonríen mientras se sacan fotos con sus camisas de colores pasteles, jeans o bermudas estándar, su pelo prolijo. Un centro de estudiantes de la Universidad San Andrés o Austral. Novios perfectos para una hija de clase media alta, aunque la heterosexualidad masculina no abunda. Ese último dato, cuando se juntan votos cerca de la Parroquia San Benito Abad, siempre es mejor que sea sotto voce.
Son activos en redes sociales. Las selfies con ht que remiten al cambio, la unión y al trabajo con entusiasmo siempre tiene sus amplias sonrisas y los rostros que se repiten. Se hace evidente que son menos que los 33 Orientales. No son muy agraciados pero aprendieron a ser fotogénicos. La mimetización con el PRO - en su caso a favor de Rodríguez Larreta- los monocromatizó. Las mismas esquinas, las mismas caras, los mismos agobiantes colores cálidos entre pecheras, sombrillas y globos se repiten en el TL de quien decide seguirlos en Twitter.
Son otro emergente de la política que renació. Una silenciosa, de camisa bien abotonada. Se parece más a un meeting en Jockey Club que a un multitudinario plenario de La Cámpora o de Franja Morada. Un Grupo Sushi en condición de masa madre. Son el regreso a la política por un camino más antiguo: entre el positivismo económico que desde hace más de un siglo vuelve y vuelve, y el escepticismo frente al Estado regulador (que ven como interventor). Un verdadero Club del Progreso.
Con o sin ellos, Bullrich seguirá adelante gracias al respaldo de los votos capitalinos que con inteligencia supo conseguir y que la siguen a cualquier partido que vaya. Mientras tanto, los chicos del Club lograron conocer un rincón político libre de sobresaltos e hicieron amistades entre iguales. Después, como todo militante, les tocará ver dónde pueden armar otro clubsito.

(*) Bruno Reichert es periodista y Community Manager. Colaborador externo de juventudpartidaria en Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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