Por Francisco Javier Ontibero*
El modelo productivo que actualmente predomina consiste mayormente en sistemas escasamente diversificados, de gran extensión y escala. 24.4 millones de hectáreas han sido sembradas con soja y maíz de las cuales 20.2 millones fueron cultivadas sólo con soja (estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, campaña 2015/16). Estos sistemas requieren una importante inyección de energía en forma de fertilizantes, herbicidas, insecticidas y combustible para mantener la estabilidad de dichos sistemas. Se produce con lo que se denomina paquete tecnológico; esto es, la maquinaria, nuevas semillas y agroquímicos. El objetivo principal es lograr un aumento de la productividad.
Causas que han favorecido al monocultivo de soja según un informe del INTA de Reconquista en el año 2004:
- Mayor rentabilidad financiera y de rápida rotación.
- Menor complejidad y riesgo que otros cultivos.
- Altas posibilidades de arrendamientos de campos.
- Alta demanda internacional de soja.
- Facilidad para hacer escala.
- Conocimiento y dominio de la tecnología del cultivo: SD - cv. RR (GM) y herbicida específico.
- Vida rural vs. Vida urbana.
Con esta forma de producir se logró un importante aumento en los ingresos fiscales de la Nación, como consecuencia de las exportaciones, desarrollo de las industrias metalmecánicas y agroindustriales, crecimiento de la construcción, creación de nuevas plantas de almacenamiento de granos, desarrollo de la logística de transporte, entre otros sectores que se ven favorecidos.
Ahora bien, esta frenética búsqueda en pos de aumentar la productividad es causal de grandes y graves daños a las personas y al medio ambiente. Se ha incrementado la concentración de principios activos y residuos de agrotóxicos en alimentos; es notable el aumento de casos de abortos espontáneos, infertilidad, deformaciones congénitas y otras patologías que se evidencian principalmente en sectores de la población con alta exposición a este tipo de venenos. “La evidencia debería motivar a las autoridades sanitarias a aplicar el principio precautorio para resguardar la salud humana y animal” (Carrasco, Primavesi y otros, carta al Papa Francisco, abril de 2014).
Este modelo productivo, que ha expulsado de sus tierras y maltratado a familias productoras y comunidades de pueblos originarios (María Marta Di Paola, “Expansión de la frontera agropecuaria”, FAUBA); (“Campesinos de Santiago del Estero resisten el avance de la soja”, nota diario Página 12, 9 de dic. de 2010), también provoca tala indiscriminada de bosques nativos, pérdida de biodiversidad, contaminación de acuíferos, perdida de fertilidad de los suelos, salinización de cursos de agua, procesos de desertificación y concentración de la tierra en pocas manos. Estas son algunas de las consecuencias de formas de producir que poco tienen que ver con la Naturaleza.
Otros actores, menos apreciados y muy olvidados, de la producción nacional de alimentos, son los campesinos, aquellos que hacen del trabajo de la tierra un estilo de vida, viven en el campo y sus días transcurren en contacto con la naturaleza a la cual aprecian y respetan de una forma muy particular. Estas familias practican la agricultura de subsistencia; es decir, producción para auto consumo y venta de excedentes. Son sistemas diversificados, de pequeña superficie y escala, con una menor dependencia de insumos externos pero de escaso capital producto de casi nulas políticas de estado que beneficien a estos sectores. En estas producciones generalmente trabaja la familia. Ellos mantienen el recurso natural y conservan la riqueza cultural e histórica de sus pueblos; practicando y transmitiendo conocimientos ancestrales. (Ap. Cátedra Observación y Análisis de Sistemas Agropecuarios FCA - UNC). Los campesinos producen hasta el 80% de los alimentos en países en desarrollo con tan sólo el 20% de la tierra (FAO – Roma, 2013).
Viejas ideas, nuevas formas
Una profunda transformación rural debe centrarse en la persona y la comunidad. Un Estado que fomente la reactivación y creación de miles de sistemas productivos diversificados, de baja escala, que sean capaces de dar valor agregado en origen y generar nuevas cadenas productivas, incorporar gente al trabajo en el campo contribuyendo a frenar el éxodo rural (Marcela Benítez, “La Argentina que desaparece” 1991- 2003 conicet), a revitalizar los pueblos del interior -el 70 % de las localidades, en nuestro país, son pueblos rurales- y a desconcentrar la tenencia de la tierra y el capital.
“Todo sistema económico reposa sobre los cimientos de la naturaleza y de ello surge el concepto de capital natural para poner de relieve el papel que juegan los ecosistemas en el sustento de las economías” (Gómez-Baggethun y Groot, “Capital natural y funciones de los ecosistemas”).
Estos sistemas productivos, técnicamente bien manejados, producen más alimentos hectárea por hectárea que los sistemas tradicionales, son altamente eficientes en el uso de los recursos debido al reciclaje de la materia (Altieri, 1995; Gliessman, 1998), preservan mejor la biodiversidad y tienen mayor capacidad de amortiguación y resiliencia frente a fenómenos de cambio climático (Altieri y Koohafkan, 2008).
Estas nuevas formas de producir se basan en los conocimientos que tienen los productores y comunidades, el aporte de la ciencia moderna y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías. “La instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo en las poblaciones aborígenes” (Papa Francisco, Laudato Si´ - punto 179).
Frente a los problemas de nuestro tiempo, los jóvenes debemos asumir un compromiso mayor con nuestro país y somos quienes, desde la participación política, debemos dar respuestas superadoras a la época en la que nos toca vivir. “Se requiere una decisión política presionada por la población” (Papa Francisco, Laudato Si´ - punto 179).
La transformación real del campo en Argentina necesita de un Estado que asuma el compromiso de garantizarle a cada habitante, tierra, techo y trabajo. Esto dignifica a la persona y desarrolla con auténtica sustentabilidad a una Nación. “La armonía más hermosa es la producida por tonos diferentes” Heráclito.
*Francisco Javier Ontibero tiene 21 años, es estudiante de ingeniería agrónoma y participa activamente en Encuentro Joven, el brazo juvenil del partido Encuentro Vecinal Córdoba.
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